Últimamente escucho con demasiada asiduidad una frase que ya me empieza a sonar manida. Viene a ser algo tal que así: “no tengo que contarle a nadie que soy homosexual; los heteros no van por ahí diciendo que lo son”. Y yo que soy arduo defensor de salir del armario, tanto por liberación personal como por contribución a la normalización colectiva, no puedo estar más en contra de esa afirmación.
Hay quien cree que ya está todo hecho simplemente por estar en el siglo XXI y que hayan sido muchos en la historia los que han recibido palos hasta llegar a la situación de “libertad” de la que ahora disfrutamos. Quien quiera engañarse, libre es de hacerlo. Pero que no nos venda milongas a los demás. Afortunadamente, somos bastantes los que podemos vivir de forma plena nuestra orientación sexual. Y sin que nadie nos tosa. Ni nos escupa. Al menos, hasta el día de hoy y toquemos madera. Que nunca se sabe.
Pero intentar hacer ver que no es positivo o incluso necesario salir del armario no es más que una excusa barata para permanecer allí donde los miedos propios te tienen arrinconado. Estos días es noticia Zachary Quinto y su oficilización de lo que era un secreto a voces. Bienvenido, querido, a este lado de la realidad. Un lado en el que seguramente él ya vivía, aunque no lo hiciese de cara a la opinión pública.
¿Y para qué sale del armario? ¿Qué conlleva eso de bueno? Pues en un mundo perfecto, en el que todas las personas fuesen iguales de verdad al 100%, no supondría absolutamente nada. Pero resulta que por mucho siglo XXI que esté transcurriendo, ni este mundo es perfecto, ni la igualdad real es un hecho. Cuantísimos actores de Hollywood hay que se ven obligados (sí, obligados) a ocultar su orientación sexual por riesgo a que su carrera se vaya al garete. No os cuento nada nuevo.
Pero que ahí no queda la cosa… Cuantísimos militares ha habido en Estados Unidos hasta hace bien poco que se tenían que quedar callados. Y cuantísimos futbolistas hay que tienen que seguir oliendo a alcanfor. Y cuantísimas persona en el mundo no pueden casarse o tan siquiera besarse por miedo a ser castigadas con la pena de muerte. Y cuantísimos adolescentes hay aterrados por la situación que viven que llegan a plantearse el suicidio e incluso cumplirlo. Todo esto pasa en el siglo XXI. Todo. Y no son más que unos pocos ejemplos.
En cambio, ¿alguien podría decirme cuántos adolescentes heterosexuales se suicidan por problemas derivados con su orientación sexual? ¿Ninguno tal vez?
Hay algo que está claro: en este mundo imperfecto se presupone que cuando una persona nace es heterosexual. Puede ser más o menos justo. Pero es lo que hay. Y esa concepción nos obliga a aquellos que no estamos dentro de la norma dominante a tener que levantar la mano para decir que a la personas que amamos son del mismo sexo que nosotros. Quizás algún día no sea necesario sentarse delante de familiares y amigos y decir eso de “soy homosexual”, pero para que ese momento llegue, hoy toca echarle cojones y hablar claro. Es la única forma de que el mundo sea un poco más perfecto.
FUENTE: Ambiente G