14 de las 91 obras cinematográficas que han ganado el Oscar a la mejor película son verdaderamente dignas de ello.
Que los Oscar, los galardones que concede cada año la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos desde 1928, sean los de mayor fama en el mundo entero no implica en absoluto que se traten también de los que más confianza merezcan en cuanto al criterio de sus elecciones. La industria de Hollywood premiándose a sí misma, con los votos del crítico más sensato o del último técnico de sonido, no es una coyuntura favorable para la fiabilidad ni la justicia, y en no pocas ediciones suceden absurdos y arbitrariedades que nos dejan con los ojos como platos. Pero no siempre es así, por supuesto. Y la Academia, en algunas ocasiones, da en el clavo; como un reloj kaput que señala la hora correcta al menos dos veces al día.
El primer filme con el que consideramos que acertó de pleno fue Sin novedad en el frente, dirigido por Lewis Milestone (Rebelión a bordo) en 1930, una escalofriante obra antibelicista de una enfermiza hermosura. Y después de la victorias de las interesantes Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940), ¡Qué verde era mi valle! (John Ford, 1941), Casablanca (Michael Curtiz, 1943), Hamlet (Laurence Olivier, 1948) y El político (Robert Rossen, 1949), llegó la arrebatadora Eva al desnudo, realizada por Joseph L. Mankiewicz (La huella) en 1950, con unos diálogos que quitan el hipo. Y a esta le siguieron las estimables Ben-Hur (William Wyler, 1960) y My Fair Lady (George Cukor, 1964).
La revolucionaria El Padrino, una de las patas del cine moderno que nos regaló Francis Ford Coppola (Apocalypse Now) en 1972, no es sólo un mito inolvidable, sino también un auténtico manual para cineastas novatos de puesta en escena, montaje y dirección de actores. Y, tras la muy entretenida El golpe (George Roy Hill, 1973), el bueno de Coppola amplió su leyenda mafiosa con El Padrino 2 en 1974, cerrando luego la trilogía en 1990. Y las apreciables Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975), Annie Hall (Woody Allen, 1977), El cazador (Michael Cimino, 1978) y Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) precedieron a Gandhi, el poderoso biopic que Richard Attenborough (Grita Libertad) rodó en 1982.
Tras la curiosa Amadeus (Forman, 1984), Jonathan Demme (Philadelphia) nos horrorizó sin piedad con El silencio de los corderos en 1991, de la que obtuvimos a uno de los villanos más memorables del cine: el doctor Hannibal Lecter, al que Anthony Hopkins no ha podido resistirse a encarnar en tres ocasiones. Pero no son necesarios horrores ficticios si uno contempla La lista de Schindler, durísima aproximación al Holocausto que nos hizo sufrir admirablemente Steven Spielberg (Minority Report) en 1993. Lejísimos de la hilarante y conmovedora delicia que nos brindó Robert Zemeckis (Regreso al futuro) en 1994 con Forrest Gump. Y más tarde se estrenarían las meritorias Braveheart (Mel Gibson, 1995) y El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996).
Titanic constituye la monumental proeza que James Cameron (Avatar) dirigió en 1997, una recreación dramática sin precedentes que le deja a uno la boca y los ojos bien abiertos, el corazón encogido ante tamaña catástrofe y las piernas de goma. Y después de la agradable Shakespeare enamorado (John Madden, 1998), vino la mala baba de American Beauty, en la que Sam Mendes (Camino a la perdición) destruía el sueño americano con un libreto que es una bola de demolición, y lograba que, por último, se nos congelase la sonrisa allá por 1999. Y la solemne Gladiator (Ridley Scott, 2000) se quedó pequeña frente a Una mente maravillosa, el sorpresivo dramón de 2001 con el que Ron Howard (El código Da Vinci) estuvo inusualmente inspirado.
A la inigualable trilogía de Peter Jackson (King Kong) sobre la obra magna de J. R. R. Tolkien le puso punto final con el golazo de El Señor de los Anillos: El retorno del rey en 2003. Por otra parte, tal vez Clint Eastwood (Mystic River) no haya lanzado nada del calibre de la tremenda Million Dollar Baby, en 2004. Su guionista realizó luego la borrascosa Crash (Paul Haggis, 2004), a años luz de un peliculón incuestionable como Infiltrados, con el que Martin Scorsese regresaba en 2006 a lo que mejor se le da. Este filme es el último verdaderamente grande al que le han otorgado el Oscar más gordo; y ni a buenas propuestas como Slumdog Millionaire (Danny Boyle y Loveleen Tandan, 2008) y Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) [Alejandro González Iñárritu, 2014] les ha sido posible acercársele ni una pizca.
FUENTE: Hipertextual