Habrá días cuando veas al espejeo tu prodigioso abdomen, forjado durante años de un estricto régimen de cerveza y frituras, y te preguntes si tendrá las mismas dimensiones de la de un luchador de sumo. Sea lo que sea, aunque no sean igual de voluminosas, la del luchador seguro es más saludable que la tuya.
Hay dos clases de panzas: las blandas y las duras. Y el tipo que tengas puede marcar la diferencia entre qué tanto y qué tan bien vas a vivir. De acuerdo con un estudio japonés, casi toda la grasa en la barriga de un luchador de sumo es subcutánea, es decir, se encuentra justo debajo de la piel, frente a los músculos abdominales, y en consecuencia, les tiembla. Si eres como la mayoría de los mexicanos, tu panza debe ser muy diferente, sólida y redonda, como si te hubieras tragado una pelota de basquetbol.
Estas barrigas se componen de grasa visceral, que se puede encontrar detrás de los músculos abdominales rodeando tus órganos internos. Esa grasa empuja los músculos abdominales para afuera haciendo sobresalir una panza dura y redonda. Y durante la década pasada, los científicos concluyeron que mientras más redonda y dura sea tu barriga, mayor es el riesgo para tu salud. Para que esto tenga sentido, hay que entender que lagrasa, ya sea subcutánea o visceral, no es solo un tejido inerte con el único fin de avergonzarte cada que te quitas la camisa en público. “El tejido adiposo es un órgano endócrino que secreta numerosas sustancias llamadas ‘adipoquinas’, muchas de las cuales son perjudiciales”, dice Robert Ross, fisiólogo de la Universidad de Queen’s, en Canadá, y que ha estudiado durante 15 años los efectos de la grasa visceral en el estilo de vida. Las adipoquinas incluyen resistían, hormona que lleva a mayores niveles de azúcar en la sangre; angiotensinógeno, un compuesto que eleva la presión arterial; adiponectina, hormona que regula el metabolismo de lípidos y glucosa; e interleucina-6, químico asociado con la inflamación arterial. Quizá esta última sea la más peligrosa porque en una arteria inflamada se pueden soltar pedazos de placa y obstruir la circulación de sangre a tu corazón. Y, como lagrasa visceral es micho más activa que la subcutánea, produce más de estas secreciones dañinas.
Mientras más crece una célula de grasa visceral, más activa se vuelve. Podrías comparar la diferencia entre la grasa subcutánea y la visceral con un volcán dormido y otro en erupción: uno es parte del paisaje, el otro se la pasa escupiendo porquería todo el tiempo.
Si tu barriga está rebosante de grasa visceral, es probable que padezcas de síndrome metabólico. Esto quiere decir que tienes mayor riesgo de contraer enfermedades del corazón (específicamente con barrigas de 92 centímetros o más), y dos de estos cuatro padecimientos: triglicéridos elevados (grasa en la sangre); mucha azúcar en el torrente sanguíneo; bajo colesterol HDL (el “bueno”) y alta presión arterial. Esta combinación incrementa la posibilidad de desarrollar diabetes en un 500 por ciento; de sufrir un infarto en 300 por ciento; y de morir del mismo en un 200 por ciento. (Si te vuelves diabético, la probabilidad de morir de una enfermedad del corazón es del 80 por ciento).
A pesar de tener barrigas que miden mucho más de 100cm., la mayoría de ellos no muestran ningún padecimiento sanguíneo que indique un síndrome metabólico (triglicéridos, cantidad de azúcar o bajo colesterol HDL). Y de nuevo llegamos al factor del temblor abdominal: mayor grasa subcutánea, menor grasa visceral, menos riesgo de diabetes y enfermedades cardiacas.
El primer paso es medirte la panza. Si tienes más de 92 centímetros, tu plan inmediato de acción (además de una dieta y ejercicio), debe ser acudir con un mérito y pedir un perfil metabólico, seguramente tienes grandes cantidades de grasa visceral.
Se estima que los síndromes metabólicos afectan al 17 por ciento de los hombres mayores de 20 años y a más del 40 por ciento en mayores de 40 años.
FUENTE: Men's Health