Cuando alguien menciona que se ducha con agua fría suelo hacerme siempre la misma pregunta: ¿por qué? Teóricamente va bien para la piel, mejora la circulación reduce el estrés y hacen que te sientas menos deprimido. Y según la tradición familiar mi propio abuelo era un gran defensor de las duchas frías que a sus ochenta y largos estaba hecho un chaval. Y todo gracias a su helada armadura.
Así que me dije que quizá podía probar durante unos días. No demasiados, como mucho una semana. Sólo para ver qué pasa. Y esto es lo que pasó.
El primer contacto es lo más difícil. Pero antes de que te des cuenta ya no sientes el agua igual de fría. ¿No te ha pasado nunca que después de un rato en una ducha caliente tienes que subir aún más la temperatura para mantener el nivel de placer tórrido? Pues lo mismo ocurre en el otro extremo del termómetro. A veces jadeaba al entrar, golpeado por el frío del agua, pero en 30 segundos comienzas a sentirla tibia, y todo el proceso se convierte en algo perfectamente tolerable.
Al tercer día ya había superado el trauma del primer contacto . Meterme bajo el chorro dejó de ser una tortura. La ducha de la mañana comenzaba a ser lo de siempre: algo agradable, relajante… incluso con frío.
Estaba completamente convencido de que las duchas frías le vendrían bien a mi piel. Es el clásico beneficio que comenta todo el mundo. En teoría, la exposición prolongada al agua, especialmente el agua caliente de la ducha, elimina los aceites esenciales de la piel. Lo que no esperaba, sin embargo, era que fuera a notarlo en mis manos.
Aunque en realidad no es tan extraño: nos lavamos las manos varias veces al día y las exponemos al sol, al trabajo y a un montó de productos químico procedentes de lejías y desinfectantes. Tras varios días de agua fría, mis manos parecen haberse rejuvenecido y la piel está visiblemente menos seca.
Seguro que te estás preguntando cuáles son los efectos en la zona genital. En la escala encogimiento digamos que he luchado en batallas más duras. Bañarte en el Atlántico, por ejemplo. Vamos, que el efecto de una ducha fría el no es demasiado llamativo. Pierdes centímetros, claro, pero los recuperas poco después de cerrar el grifo.
Las duchas frías son más cortas. Eso es así. No es que te mueras de dolor, pero tampoco sientes la necesidad de pasar más tiempo del necesario.
Había oído que las duchas frías pueden mejorar tu concentración y productividad, pero quizás sea más justo decir que te ponen en marcha. En lugar de remolonear bajo el agua caliente medio dormido, te pegas la ducha en un periquete y sales disparado dispuesto a comerte el mundo.
No me di cuenta de lo eficiente del proceso hasta que un día me vi vestido y tomando mi primer café sólo 20 minutos después de haber saltado de la cama. Ganar minutos a la mañana me permitió desayunar mejor e incluso leer las noticias antes de salir de casa.
Merece la pena. A menos que tengas un resfriado o compartas la ducha con alguien que no soporta este tormento, considera la posibilidad de bajar unos grados. La temperatura que mejor me sentó fueron 17C. Y después de una semana ni siquiera eso es frío.
FUENTE: Mens Health