Desde que Ridley Scott recuperó con Gladiator el antiguo género del cine de romanos o peplum, el interés por la Antigüedad clásica en la cultura popular ha experimentado un auge continuado en el que uno de los hitos es sin duda la adaptación a la pantalla del cómic de Frank Miller sobre otro mito guerrero; los trescientos soldados espartanos que combatieron y murieron heroicamente en la batalla de las Termópilas. Hasta el punto de que ese discurso sobre la disciplina y el sacrificio castrense se ha convertido en un referente cultural moderno.
Si bien toda la película, visualmente muy impactante, está atravesada por referencias al mundo griego clásico más o menos adaptadas al gusto contemporáneo, hay una escena especialmente interesante en la que el rey persa Jerjes, ataviado como la reina del carnaval de Tenerife, le hace una propuesta al rey espartano Leónidas con un mensaje homoerótico bastante poco sutil. En ella se resumen muy gráficamente dos tendencias actuales: por una parte, el reconocimiento de la existencia de relaciones homosexuales en la Antigüedad y, por la otra, la absoluta ignorancia de la cuestión entre el gran público. El caso es que el dúo Miller/Snyder está aquí malinterpretando varios conceptos clásicos: por una parte, que los griegos etiquetaran a los persas de «afeminados» no tenía relación alguna con su orientación sexual, sino con atributos considerados por ellos como femeninos —como serían la cobardía en combate, el gusto por la vida regalada y el lujo, la belleza juvenil o la procedencia oriental, ninguno de ellos necesariamente ligado con la mujer en sí—, y por otra el hecho de que, si bien no conocemos la orientación sexual de Jerjes, lo más probable es que fueran todos y cada uno de los viriles hoplitas espartanos que murieron en aquella batalla los que sí tuvieran experiencias homosexuales a lo largo de su vida.
El estudio de la homosexualidad en la Grecia clásica y su estrecha relación con la vida militar ha pasado por varias etapas que van desde la inicial marginación deliberada, pasando por el escándalo —las vasijas y cerámicas alusivas son simplemente imposibles de ignorar— y llegando a la moderna confusión al equipararla a la actual, centrada casi totalmente en el ámbito de la sexualidad privada. Porque, al contrario que hoy en día y sin poder saber cómo concebía cada griego sus relaciones íntimas, la homosexualidad masculina en aquella época era más bien una institución social que cumplía un papel pedagógico y cívico, orientada sobre todo a formar ciudadanos y, por tanto, hoplitas.
En efecto, como casi todo el mundo sabe, cada niño espartano sano y entero era apartado de su madre a los siete años para comenzar su entrenamiento en la agogé, el durísimo sistema educativo laconio que daría como resultado un guerrero disciplinado, eficiente y mortífero como los que Esparta necesitaba para mantener su sistema de dominación sobre una población esclava varias veces más numerosa. Desde este periodo, los críos vivían acuartelados en grupos dirigidos por otros infantes mayores que ellos y entrenaban a diario prácticamente desnudos y descalzos para resistir todo tipo de penalidades. Al cumplir aproximadamente los doce-trece años tenía lugar uno de los ritos de paso más importantes en la vida de un varón griego: el momento de pasar de niño a convertirse en un efebo. Es en esta etapa donde la educación del joven toma un nuevo cariz.
A esta edad comenzaba su transición hacia la vida adulta de la mano de un varón mayor, el erastés, que lo tomaba bajo su protección y lo convertía en su erómenos, es decir, su amante adolescente. En el marco de esta relación erótica entre erastés y erómenos es donde el futuro hoplita aprenderá lo necesario para ser un homoioi (igual) espartano. Aunque nos pueda parecer extraño, este modelo de pederastia pedagógica (paidikía) estaba ampliamente extendido por la mayoría de las polis griegas de época clásica y establecido como el ritual social que en realidad era, con independencia de la orientación sexual personal de cada uno. En el caso concreto de Esparta, además, estaba legalmente regulado y copiaba el sistema de otras polis guerreras de origen dorio, las cretenses. Los expertos consideran que la costumbre podría tener origen en el prolongado periodo de acuartelamiento sin presencia femenina que pasaban los invasores dorios del Peloponeso —hacia el siglo XII a. C.—. Para la época hoplítica, hacia el siglo VI a. C., estaba ya totalmente normalizado en la vida espartana.
Como buen ritual, esta relación erótica tenía sus códigos propios: uno de ellos era la necesidad de cortejo previo —lo que no se daba en las relaciones con mujeres, ya fueran esposas, prostitutas o hetairas—. Se consideraba de mal gusto ceder enseguida a los deseos del varón mayor, la familia había de estar informada y de acuerdo con la relación, y no se veía tampoco con buenos ojos prolongarla más allá de los dieciocho a veinte años del joven, en los que se consideraba que el erómenos era un adulto hecho y derecho, y por tanto el erastés que quisiera ir más allá era ridiculizado como una especie de «viejo verde». En esta particular relación, se consideraba que el erastés formaba al futuro ciudadano y el adolescente retribuía con lo único que podía darle a alguien más experto, básicamente satisfacción a su deseo o, dicho en griego antiguo, recibir su eros.
El significado de eros es necesario para poder comprender esta curiosa institución y su importancia en la formación militar de los griegos. Eros define una pasión, una fuerza interior que te acerca a otro, sea hombre o mujer, y que establece unos vínculos especiales que Platón definió como tetheon philía, amistad divina, que propician el aprendizaje del joven heleno. El criterio para seleccionar al efebo tomado como protegido no era otro que la belleza estética del erómenos, como Jenofonte indica en varios pasajes de su Anábasis: los adultos griegos se pasaban por el gimnasio para escoger al chico que más les complaciera bajo su protección. En otras palabras, el que les resultaba más guapo y proporcionado. Fomentar el eros era por lo tanto fundamental a la hora de establecer estrechas relaciones entre los hoplitas llamados a defender la polis, dada la manera en que se combatía en la Grecia antigua.
La unidad fundamental en la práctica totalidad de las polis griegas era la falange hoplítica, donde los guerreros formaban un cuadro compacto, cada uno empuñando una lanza de al menos un metro y medio de longitud —aunque podían llegar a tres metros o seis en el caso de las sarissas macedónicas— y equipado con la pieza principal del armamento heleno, el hoplon o escudo. Este pesado armatoste estaba destinado a proteger de los embates enemigos tanto al guerrero que lo embrazaba como al compañero de su izquierda, por lo que perderlo en combate era una deshonra y un delito —y, de paso, te señalaba como afeminado—. Los soldados griegos luchaban estrechamente agrupados y dependían unos de otros para que la formación resistiera el impacto del enemigo y no se deshiciera en vergonzosa derrota y oprobio. Por ello, se fomentaban relaciones de intensa amistad en la creencia de que en última instancia este nexo beneficiaba el poder militar de la polis, como ilustró Platón en sus diálogos.
Así que el guerrero espartano podía tener distintos tipos de relaciones sexuales a lo largo de su vida: la homosexual de tipo pederasta erómenos-erastés, relaciones casuales entre compañeros de armas —dado que vivían acuartelados, no era infrecuente mantenerlas para reforzar la philía—, las que se dieran cuando visitara a su esposa o amantes femeninas —el adulterio era tolerado en Esparta— y, si seguimos a Hagnon de Tarsos, relaciones erastés-erómene con mujeres vírgenes no casadas consumadas solo analmente. En definitiva, era muy difícil concebir otras prácticas homosexuales fuera de este marco de referencia, por lo que el mito de la sexualidad libre griega queda en eso, en el simple mito.
Una cuestión interesante en el estudio de esta pederastia homosexual es el grado en que se consumaba el deseo erótico y las variaciones entre las diversas ciudades griegas. Y aquí es necesario acudir a las fuentes atenienses por diversos motivos. Atenas no era ajena a estas prácticas, aunque en una forma esencialmente distinta de Esparta, su enemiga mortal. De las comedias atenienses de la época se deduce que el término «laconizar» tenía un uso ambiguo, designando indistintamente la tendencia a adoptar costumbres típicamente espartanas y a la vez practicar el sexo anal, por lo que se puede inferir que los efebos espartanos eran realmente sodomizados durante su época de erómenos. Lo cual indicaba una distinción con respecto a Atenas, motivo de burla por parte de estos últimos. El término «calcidicar» (de Calcis) era mucho más claro e indicaba lo mismo, así que sabemos que era una costumbre bastante extendida por el Peloponeso.
El caso de Atenas es algo diferente, pues a pesar de que la paidikía existía, sobre todo entre las élites, estaba legalmente prohibida. Los motivos de esta proscripción tenían que ver con el objetivo de impedir que los ciudadanos atenienses varones se prostituyeran por dinero —delito horroroso— o se cometieran abusos sexuales graves con miembros de las clases pudientes de la ciudad. Para sortear este impedimento legal, los diversos filósofos atenienses forjaron un concepto de relación homosexual sublimada o platónica en la cual el eros entre erómenos y erastés no se traducía en sexo real, sino que quedaba circunscrito a un estado mental de enamoramiento, aunque no eran raras las masturbaciones o frotarse el pene entre los muslos. Por ello, huelga decir que este platonismo no dejaba de ser un ideal y que la ambigüedad en las relaciones estaba a la orden del día, como ilustra el famoso ejemplo de Sócrates y el joven Alcibíades —el primero acabó siendo condenado hipócritamente por corromper a la juventud, cosa que todo el mundo en Atenas sabía, por razones políticas—. En general, parece ser que cuanto más militarizada la polis, más explícita era la pederastia educativa.
Lo cual no es sorprendente si nos atenemos al ideal de belleza típicamente griego, relacionado estrechamente con la actividad atlética y militar y fundamentalmente masculino. Jenofonte refiere un pasaje donde, para elevar la moral de los mercenarios griegos bajo su mando —en su mayoría espartanos y cretenses—, reúne a los habitantes de la región persa en la que se encuentran y los desnuda. Dado que estos vivían en completa paz y tranquilidad, lo que contemplaron los soldados eran cuerpos blancos y fofos, hecho que los convirtió a sus ojos en indistinguibles de las mujeres, consiguiendo enardecer la furia combativa de sus hombres. Esta anécdota ilustra perfectamente la idea subyacente a la importancia del eros en la vida militar griega: solo eran dignos de amor entre compañeros aquellos «no feminizados», los que compartían el ideal masculino de andría —valor en combate— y protección de la polis. La proliferación de imágenes en la cerámica griega de guerreros desnudos con casco y escudo reúne las tradiciones de la práctica deportiva y la bélica en un ideal de masculinidad que en la realidad es improbable que se diera; salvo casos muy puntuales, los griegos no iban desnudos a la batalla y en cualquier circunstancia se trataba de un alarde homérico rarísimo.
En este sentido no es raro que Esparta estuviera a la cabeza de las relaciones homoeróticas castrenses, ni tampoco que el relevo lo tomaran las potencias militares de cada época. Tras la guerra del Peloponeso y la crisis de poder de las polis tradicionales —Esparta y Atenas—, despuntará brevemente Tebas, la capital de Beocia, como referente bélico y homosexual. En esta ciudad la pederastia cívica va a dar un paso adelante con respecto a su referente laconio; el rito pederasta tebano incluía el regalo de una armadura por parte del erastés al erómenos cuando este cumplía la edad adulta, momento en el que realizaba un juramento de fidelidad a la polis. Todo esto sugiere que el erotismo castrense estaba mucho más acentuado entre los beocios, tal como Plutarco nos señala en su Erótico. Y también que el culto al dios Eros estaba paradójicamente muy vinculado con la actividad militar, al contrario de lo que hoy en día podría parecer.
No era en absoluto infrecuente que los erómenes acompañaran a sus mentores al combate como espectadores —también las mujeres—, pero en el caso particular de Tebas sabemos que en la batalla de Leuctra —donde Esparta sufrirá una humillante derrota de la que no se recuperará— cayó en combate uno de los erómenes de Epaminondas, el strategos (‘general’) tebano, y otro destacará como héroe de la jornada. En Tebas la costumbre irá más allá y se constituirá una unidad de élite con tropas escogidas, el famoso Batallón Sagrado, que estaría formado por ciento cincuenta parejas de erómenes-erastés que peleaban juntos codo con codo. La idea consistía en que el joven adolescente lucharía hasta la muerte al lado de su mentor, pues no había vínculo más fuerte que el que liga a amante y amado. Las referencias al Batallón Sagrado homosexual tebano son diversas y, aunque parece estar rodeada de mitología, la evidencia tiende a confirmar que existía esta unidad militar. Aunque su papel en Leuctra haya sido magnificado en los relatos clásicos, es difícil sustraerse al hecho arqueológico: la gloria de esta falange hoplítica terminará abruptamente en la batalla de Queronea, donde la caballería deAlejandro el Grande la destrozará para siempre. El hallazgo de una fosa con doscientos cincuenta y cuatro cadáveres tebanos en la zona de la batalla es demasiado tentador como para pasar por alto la leyenda.
Podemos seguir el rastro de esta institución homoerótica en la potencia militar sucesora de Tebas, en este caso Macedonia. En la película de Oliver Stone sobre Alejandro se sugiere una relación homosexual entre el joven rey macedonio y Hefestión que en realidad consistía en un vínculo pederasta —según Robin Lane Fox, el mayor experto en historia macedónica, Hefestión era mayor que Alejandro— que habría ido más allá de la edad límite recomendada, así que entre los macedonios estaría también nada sorprendentemente establecida.
El final de este concepto de las relaciones sexuales masculinas estaría relacionado con la crisis de las polis tradicionales en el periodo helenístico —la misma Esparta colapsará— y el declive del sistema hoplítico, derrotado por las formaciones legionarias romanas. En efecto, el éxito militar romano basado en relaciones de patronazgo entre general y soldados dará al traste con este curioso modo de concebir las artes bélicas. Otro factor importante en esta caída lo encontramos en la influencia del pensamiento platónico en las generaciones posteriores: en uno de sus diálogos, el pensador ateniense etiquetará como «antinatural» el amor entre dos personas del mismo sexo para glorificar el amor entre hombre y mujer, tendencia que apuntalará Plutarco más adelante en su contraposición entre el amor heterosexual y homosexual y que posiblemente condenará este fenómeno durante los siglos posteriores a manos del cristianismo primigenio, muy afín a las ideas platónicas. Así, la homosexualidad públicamente aceptada pasará al olvido durante más de dos mil años.
FUENTE: Jot Down