La historia de un profesor homosexual





Cuando era niño detestaba el tipo de educación que recibía de mi mamá, maestra. Sin embargo, quería ser como ella. Quería ser un maestro. Jugaba con mis primas y hermana mayor al estudiante que recibía clases a cambio de un pedazo de pan y un vaso de agua de maíz. Disfrutaba mucho toda esta puesta teatral.

En el contexto real escolar, prefería estar solo. Ahí era incapaz de actuar. Recuerdo que en la etapa “inicio de macho Caribe” la sociedad esperaba que yo hiciera fila para penetrar a cualquier burra sin dueño. Eso era lo que supuestamente me “convertiría en hombre”.

Rápidamente entendí que era un niño homosexual. Un día me acerqué a ver el porno que escondía un grupo de compañeros quienes en voz alta dijeron que me fuera, que yo era marica y declararon aquel encuentro como un lugar prohibido para homosexuales como yo.

“Homosexual” es una palabra que hubiera querido conocer por mi maestro de primaria. Finalmente yo era un niño gay, siempre lo fui. Aquella era una realidad que necesitaba comprender si no por mis padres, al menos por quien tenía las herramientas pedagógicas para hacerlo, así el tema le resultara incómodo. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).

La escuela era, entonces, un lugar concebido por heterosexuales para heterosexuales. Y aunque, en teoría, todavía lo es, las ventanas se han ido abriendo para dejar ver el arcoíris.

“¿CUÁLES SON LOS PASOS A SEGUIR PARA ACORTAR LA BRECHA ENTRE LO QUE LA SOCIEDAD TRADICIONAL ESPERA Y LO QUE CADA PERSONA ES?”

¿Qué queda por hacer? Por un lado, encontrar nuevas estrategias que ayuden a desvirtuar la creencia de que enseñar que existen orientaciones sexuales e identidades de género diversas es “homosexualizar a los niños”. Mientras tanto, es un hecho que los prejuicios de quienes afirman esto seguirán encontrando en la escuela espacios para señalar la diferencia. (Ver: Colegios: les llegó la hora de reconocer la diversidad sexual).

Yo, ya señalado, viajaba hacia mis adentros y allí me extraviaba. Pies en la tierra y cabeza en la luna. Ensimismarme era un refugio. Debía ir hacia donde los demás indicaran que era lo correcto, pero para mí ese único camino era una trocha fangosa.

Mi papá me obligaba a hacer trabajos que implicaran fuerza física porque de esa manera “aprendería a ser hombre”. Yo me decía que si ser hombre era hacer aquello entonces me alegraba ser irremediablemente marica.

Supe después que la cultura no solamente permea lo que se enseña sino que existen posibilidades de hacer una ruptura con esto: escapar por dentro para luego hacerlo hacia afuera.

Soy maestro. Me gusta serlo por la sonrisa compartida y pese a quien me hace pistola o constantemente me recuerda a mi madre. Lo urgente, en todo caso, es permitirnos reconocer que en medio del “blanco” y “negro” con el que el sistema sexo/género divide, hay personas que pertenecen a otro espectro.

“SOY MAESTRO PORQUE ME PREOCUPA VER LOS COLORES DEL ARCOÍRIS A TRAVÉS DE LA VENTANA DE UNA ESCUELA COMO ALGO REMOTO”.

Solo espero que las acciones de tantas personas por la construcción de ciudadanías respetuosas contribuyan a cambiar la escuela. Mientras tanto, les seguiré respondiendo a mis estudiantes que tengo esposo y no esposa.

Si la expresión de sus rostros es de confusión continuaré informándoles que desde 2016 la legislación colombiana aprobó el matrimonio entre parejas del mismo sexo y que las familias diversas existimos. Si un/a colega me cuestiona de frente y no de espaldas llamándome “marica”, le responderé con respeto: somos diferentes pero valemos lo mismo.

* Licenciado en Lenguas Modernas (español e inglés).

FUENTE: Sentiido




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