Durante años, Disney ha sido pionero en el tema de la inclusión pero en especial, en la forma de reflejar los cambios culturales a través de sus películas y series. No obstante, la compañía todavía tiene una deuda notoria con la comunidad LGBTI: no sólo sus tímidos intentos de incluir personajes de la comunidad se han enfrentado a una notoria resistencia del público, sino a otro escollo, más complicado: el financiero.
Las películas de Disney Plus forman parte de la memoria colectiva de varias generaciones. Gracias a ellas, temas complejos como el valor espiritual, el honor, el respeto a la diferencia, la celebración de la esperanza, la muerte y el duelo, han podido ser analizados en forma sencilla para un público amplio y multicultural.
Se trata además, de una ventana abierta a un tipo de experiencia visual y argumental que aunque se enfoca en forma directa en el público infantil, no pierde la madurez y la profundidad que convierten a varios de sus films en clásicos de la historia del cine. Para bien o para mal, Disney y su forma de hacer cine es parte de la vida de una considerable parte de la audiencia mundial.
Por ese motivo, cualquiera de sus decisiones con respecto al material en pantalla suelen acarrear polémica y la mayoría de las veces una discusión muy pública sobre las consecuencias de los símbolos que el estudio incorpora en sus películas.
Hace poco, el hecho que Halle Bailey fuera escogida para encarnar a la emblemática Ariel en el venidero Live Action del clásico animado desató un escándalo mayúsculo y un debate mundial sobre el racismo, la inclusión y, en especial, sobre la forma en que Disney maneja los estándares con respecto a la visibilidad de las minorías.
Algo semejante había ocurrido cuando una campaña en redes comenzó a exigir al estudio que Elsa de Arendelle -centro de la trama de la exitosa Frozen — se convirtiera en el primer personaje LGTBI de la historia de la compañía.
Al final, y aunque por algunos meses pareció que Disney tomaba en consideración la posibilidad que una de sus princesas emblemáticas fuera la primera con una pareja de su mismo sexo, la esperanza se diluyó con el estreno de la secuela. Elsa sigue siendo rompiendo el estereotipo de la clásica heroína de la casa, pero sin que haya insinuación de su posible orientación sexual.
La polémica del tema no ha hecho más que aumentar durante los últimos meses: hace unas semanas, el recién estrenado CEO de The Walt Disney Company, Bob Chapek, tuvo que lidiar con un incómodo debate en redes sociales y en algunos medios especializados que señalaban que el tibio recibimiento de la más reciente película de Pixar Onward se debía al hecho de incluir a un personaje de la comunidad LGTBI.
El ejecutivo insistió en que los mediocres resultados de taquilla del film se debieron a las consecuencias de las primeras semanas de la emergencia del coronavirus y al cierre de la mayoría de las salas de cine de EEUU. Pero para una buena parte de los grupos conservadores norteamericanos, la breve mención del personaje con la voz de la actriz Lena Waithe sobre su novia provocó el preocupante descalabro en ganancias en bruto que convirtieron a la producción en la de peor rendimiento para Pixar.
Chapek dejó claro que el estudio tenía intenciones de continuar su campaña de inclusión y hace unos días el cortometraje Salir, dirigido y escrito por Steven Hunter, parecía cumplir la promesa del ejecutiva: el relato cuenta la historia de amor entre Manuel y Greg y hace énfasis en la forma en cómo este último acepta su sexualidad.
Se trata de una historia con toda la magia de Disney
y que además tiene un claro sentido edificante y de tolerancia.
No obstante, la producción levantó de inmediato polvareda y los grupos ultraconservadores de EE.UU. criticaron la posibilidad que la visibilización de la comunidad LGTBI se convierta en tendencia en la programación para niños.
¿Qué ocurrirá a continuación? ¿Insistirá Disney en la posibilidad de romper el último tabú al que se enfrenta su propuesta? No todo es tan sencillo.
Disney parece lidiar de nuevo con el hecho de que sus productos reflejen de manera fidedigna las obsesiones y temores de la época.
En el libro Tinker Belles and Evils Queens: The Walt Disney company from de Inside Out (2000), Sean Griffin teoriza sobre el hecho de que el colectivo gay siempre se ha identificado con las premisas Disney a pesar que la compañía se ha cuidado muy bien de afirmar o negar la especie.
Aun así, durante los años treinta se insistió que que el Ratón Mickey era una apología a la vida gay y que incluso sus fascinantes villanas teatrales y dramáticas eran sin un duda una mirada al universo Drag Queen.
Lo cierto es que la obsesión cultural con los símbolos y arquetipos que maneja Disney trascienden épocas y fronteras. Como si los productos cinematográficos de la compañía dieran cabida a toda una visión sobre el hombre y la mujer tan primitiva como esencial.
La gran explosión de asociaciones e interpretaciones alternativas sobre lo el mensaje subyacente en la cinematografía Disney comenzó a ser muy obvio en la llamada segunda Edad Dorada de la compañía, iniciada a principios de los años noventa. Este evidente revival de la empresa tuvo un gran figura central: Howard Ashman, dramaturgo abiertamente gay y que además fue responsable de cientos de guiños a la comunidad LGTBI en todas las obras en las que participó — como por ejemplo haber dotado al personaje de Úrsula en La Sirenita de un parecido más que evidente con el Travesti Divine —.
Pero la cosa no acaba allí: tras la muerte de Ashman (el dramaturgo falleció de SIDA, algo que Disney jamás ocultó), los guiños a la sexodiversidad se multiplicaron: desde el supuesto travestismo del genio de Aladdin hasta la conocida canción «Hakuna Matata» (Vive y deja vivir) que más de un medio especializado ha insistido se trata de toda una declaración de intenciones sobre la sexualidad y la naturaleza de la relación entre Timón y Pumba.
Sin embargo, el punto álgido de la polémica sobre los mensajes que Disney envió — o no — en sus películas fue sin duda el hecho que el animador Andreas Deja, una de las leyendas de la compañía, reconociera sin tapujos que su homosexualidad había influido en los personajes que diseña y anima.
«Hace años, Oprah Winfrey vino a mi oficina y se fue directa a una escultura que tenemos de Scar», recuerda el dibujante en una entrevista que concedió al periódico The advocate Frontiers. «Me preguntó: “¿Tú le has animado? ¿Y es gay? Todos mis amigos dicen que lo es”. No sabía cómo responderle, porque había gente de Disney delante, y dije: “Podrías pensarlo, porque es muy teatral, le encanta ser malo…”. A lo cual añadió «Creo que, al celebrar la excentricidad, hay algo en los villanos que apela a los fanáticos gays».
Pero Salir no es el primer intento directo de varias de las compañías y estudios más famosos por incluir personajes de orientación sexual diversa en sus historias.
Ya en el 2013, el New Yorker sacó del armario a los personajes de Barrio Sésamo, Epi y Blas (Beto y Enrique, depende de dónde nos leas) como una polémica portada que aún se recuerda por ser el antes y un después en la manera como se comprende el género y la sexualidad en los productos dedicados al público infantil.
Más adelante, en la taquillera Cómo entrenar a tu dragón 2, su director, el abiertamente homosexual Dean Deblois, dotó a uno de sus personajes de una orientación sexual que no se molestó en ocultar y que además remató con una frase para el recuerdo: «Esto es por lo que nunca me casé. Bueno, y por otra razón…».
La pregunta que surge de inmediato es que si toda esta nueva naturalización de la orientación sexual desde el producto infantil tendrá como consecuencia que la industria reaccione en consecuencia.
Hace un par de años y en medio de la polémica sobre la sexualidad de Elsa, Jennifer Lee, co-directora de Frozen, decidió aclarar — o menor dicho, no hacerlo — la posición del estudio en una entrevista muy ambigua que concedió al periódico The Big Issue.
La directora intentó evadir el tema y además se negó a aclarar el tema dejando más preguntas que respuestas en sus declaraciones públicas. «Sabemos lo que hicimos, pero al mismo tiempo creo que una vez que lanzamos la película pertenece al mundo, así que prefiero no decir nada y dejar a los fans que hablen ellos. Será lo que ellos quieran que sea». Su respuesta — ambigua, incompleta y a todas luces titubeante — pareció dejar en claro que la compañía no se atreve a dar un paso al frente en la cuestión, sino que quizá no lo hará jamás.
Porque es indudable que además de todos los temas éticos, morales y el análisis filosófico sobre la trascendencia de un personaje Disney, la empresa es genera productos comerciales y es evidente que no está lista para enfrentarse a lo que podría significar enfrentarse al público más conservador.
Más de una vez, Disney ha tenido pruebas contundentes de lo que podría suceder de no actuar con mano izquierda ante presiones culturales ultra conservadoras, lo más probable es que deba luchar contra un tipo de batalla para la que no está del todo preparada. Hace unos cuantos años, cuando la compañía ofreció derechos y garantías a las parejas gay bajo su nómina, la derecha cristiana comenzó un boicot que se extendió por meses y afectó ventas y productividad de manera evidente.
La reacción volvió a producirse cuando se permitieron las bodas gays en los Parques Disney, algo que todavía provoca protestas y encendidos debates en los espacios más conservadores de un país como una moral tan ambigua como la estadounidense. Debido a lo anterior, no parece probable por tanto que Disney se atreva a complacer la insistente presión de las redes sociales para convertir a uno de sus iconos más rentable en un motivo de luchas sociales y culturales que desborde su propósito originario.
Aunque lo parezca, Elsa no es la primera princesa Disney en decidir seguir sola y mostrarse fuerte e independiente. Antes que ella, Mérida de Brave lo hizo, pero sin el impacto de la reina de Arendelle.
Mientras la princesa pelirroja se convirtió en un personaje menor dentro de un universo cada vez más amplio y complejo, Elsa es un fenómeno de masas que obsesiona a millones de niñas alrededor del mundo.
¿Se arriesgará Disney a perder su influencia, impacto y poder dentro de una industria cada vez más competitiva y dura? ¿Podría asumir el costo de crear un nuevo símbolo a costa de todo un Imperio comercial basado en complacer a una cultura tradicional?
FUENTE: Hipertextual