Diversidad para todos: la nueva propuesta de Netflix llega en el mes del Orgullo y lo celebra con una serie donde despuntan los valores de los movimientos LGBTQ modernos como la reivindicación, la visibilidad y la inclusión. No hay nada de malo en esto porque es una serie comprometida, pero sí resulta algo conveniente. Historias de San Francisco nace como un homenaje/secuela a las miniseries que nacieron de las novelas de Armistead Maupin (Tales of the City, More Tales of the City y Further Tales of the City), cuyas adaptaciones televisivas debutaron en 1993, 1998 y 2001 respectivamente, y contaron con un elenco con nombres como Laura Linney y Olympia Dukakis. Todas con buenas críticas pero canceladas por ser atrevidas para su época.
La trama sigue a Mary Ann en su regreso a Barbary Lane tras una ausencia de 20 años. El motivo de su regreso tiene que ver con el cumpleaños 90 de Anna Madrigal, su antigua casera y matriarca de la comunidad LGBTQ. Mary Ann está feliz de volver a ver a su mejor amigo Michael “Mouse” Tolliver (Murray Bartlett) y Anna, pero las cosas se complican cuando se encuentra con su ex esposo Brian Hawkins (Paul Gross) y Shawna Hawkins (Ellen Page), la hija que abandonó por dedicarse a su carrera en la televisión.
A modo de historias cruzadas, seguimos las historias del reparto coral al mismo tiempo que conocemos una ciudad llena de bellos paisajes y aparentemente abierta a sus habitantes diversos. A Mary Ann le cuesta volver, pero para su antigua familia su regreso trae felicidad, sorpresa y enfado, dando pie a dramas que hay que solucionar.
Cada episodio de Historias de San Francisco es una oportunidad para retratar de forma colorida la diversidad moderna y para poner a la comunidad LGBTQ al frente. Los vecinos de Barbary Lane permiten que se hable de feminismo, visibilidad gay, transexualidad y otros temas que aún son considerados tabú. Dentro de ese abanico, uno de los puntos más interesantes es el salto generacional con dos bandos claros: los más jóvenes y libres de prejuicios frente a los rescatados en los años setenta que vieron a sus amigos morir a causa del sida, junto con las persecuciones y abusos de los policías a los transexuales. El contraste entre los miembros antiguos y nuevos del movimiento queer genera un interesante intercambio de diálogos -y mundos- entre los protagonistas y así mismo permite que esta historia abarque todo tipo de experiencias de las diferentes generaciones.
No todo en ella es perfecto. Su cantidad de protagonistas y el ritmo con el que la producción de Netflix trata de enfocarse en cada uno de los relatos es una de las grandes fallas. De hecho, el primer episodio nos deja en blanco porque no pasa nada, literalmente, más allá de ser una hora cuyo único propósito es presentarnos a los personajes sin detenerse a dejarnos procesar la información. La complejidad que tiene la historia se vuelve más un desfile con trasfondo y evolución, que dejará un poco confundido al espectador por abarcar demasiadas cosas al mismo tiempo.
La historia es muy bonita, pero pierde en su afán por ser un relato que no encaja en algún formato televisivo. Comete errores comunes en el terreno de las miniseries, como dirigir todas sus acciones con la única finalidad de avanzar hasta el final y tomarse a sí misma como una película dividida en 10 horas, cuando se pudo tener un mejor enfoque al separar un poco las situaciones más importantes para cada parte. Más allá de eso, Historias de San Francisco es una serie que merece una oportunidad, con Barbary Lane como el mejor lugar para celebrar la vida en todas sus formas.
FUENTE: Tomatazos