Microhomofobia, lgtbfobia de baja intensidad o, para entendernos todos, que se te vea el plumero. Se han creado muchos términos –al estilo del ya popular "micromachismo"– para definir aquellos comportamientos y comentarios discriminatorios que salen de alguien que, a priori, está familiarizado con una causa e incluso la defiende, pero que peca de expresar todo lo contrario a lo que defiende cuando sus palabras surgen de un sitio mucho más profundo que sus ideales: de su educación cultural.
O sea, que pese a que intentemos adaptarnos a las evoluciones sociales, tenemos muchos prejuicios impregnados en nosotros mismos. Y a menudo se manifiestan en comentarios inocentes e inofensivos o en preguntas que parece que solo pecan de cotillas, pero que incluyen algo más. La comunidad LGTB lo vive a diario en una sociedad que ha avanzado a pasos agigantados en materia de derechos e igualdad (España es uno de los países del mundo a la cabeza de aceptación), pero que todavía tiene ideas muy claras de lo que es un hombre, lo que es una mujer y cómo deben comportarse.
Hemos pedido a algunos miembros destacados de la comunidad LGTB (activistas, periodistas, escritoras y expertos en materia de género e igualdad) que comenten para nosotros algunas de estas frases con las que se encuentran a menudo y por qué deberían desaparecer de nuestro discurso.
“Supongo que me lo dicen como un halago”, comenta Valeria Vegas, escritora, periodista y activista transexual, “y mentiría si dijese que las 10 veces que me lo han comentado no me ha encantado, porque al final estamos un poco obligadas a eso que ahora llaman passing (la concepción de que un hombre o mujer transexuales deben pasar como hombres o mujeres cisgénero -cuya identidad de género coincide con el sexo que les fue asignado en el momento del nacimiento. Lo opuesto a cisgénero es denominado transgénero). Siempre me ha producido un sentimiento positivo, pero tiene cierta trampa, porque te hace creer que si se te nota es como si se tratase de un delito y se acaba perdiendo cualquier valor de reafirmación. Una mujer transexual es una mujer sea cual sea tu aspecto”.
A Agustín Gómez Cáscales, redactor jefe de la revista Shangay y uno de los DJs más reclamados de la capital, le molesta “la plumofobia latente” que hay en esta frase. Con ella se parece “perpetuar la idea de que el gay perfecto es el que no tiene pluma”. “A mí siempre me han dicho que no se me nota porque no tengo pluma”, argumenta Nerea Pérez, autora del proyecto Feminismo para torpes, desde hace unos meses también un exitoso videoblog en EL PAÍS. “Eso está fenomenal para el colegio porque no te pegan, pero fatal cuando eres adulta porque no ligas nada”.
"Nunca sé cómo reaccionar a este tipo de frases”, comenta Nacho Moreno, escritor del ensayo Ladronas Victorianas y uno de los responsables del recorrido temático de Amor Diverso en el Museo Thyssen de Madrid. “Creo que una de las mejores cosas de ser bisexual es que no es una identidad definida, y por tanto permite más experimentación y libertad”, añade.
“Esto suena muy mal en dos casos”, explica Valeria Vegas. “Cuando te lo dice un tío que está ligando demuestra claramente que no ve en ti una persona, sino un fetiche. Y luego hay cierto tipo de gay que parece coleccionar amigas trans, por el simple hecho de serlo, sin importar la categoría personal”.
“El sexo hetero como camino de redención, el universo heteropatriarcal sobre nosotros como una losa siempre”, se lamenta Agustín Gómez Cáscales. “Desesperante. Sobre todo porque esa pregunta suele implicar la idea de que ni se ha probado ni que igual ha gustado. No se debe dar nada por sentado en esta vida”.
“A mí lo que me preocupa es cómo lo hacen en la cama los heterosexuales", argumenta Nerea Pérez, "con todo ese trajín de empalmarse o no empalmarse, con el riesgo de procrear sin querer, con toda esa insistencia de que el orgasmo vaginal es una cosa que sí existe. Las lesbianas nos metemos en la cama con alguien que sabe qué es un clítoris, dónde está y cómo proceder a este respecto. Eso es una bendición”.
Para Agustín Gómez Cáscales, esta frase “tiene mucho de verdad, pero no es una realidad halagadora. Esa necesidad de asociarnos siempre a la promiscuidad (que, ojo, no critico, siempre que las etapas promiscuas vayan asociadas a una libertad de acto consentida y con el juicio no químicamente alterado) no solo demuestra una visión del sexo caduca, también muchos prejuicios. Yo a eso respondería lo siguiente: si tienes menos de 30 años y una relación muy estrecha con las mancuernas, seguro. Pero si valoras tu diferencia y el deseo de una relación sexual satisfactoria y no un ejercicio acrobático narcisista, no es así, ni mucho menos”.
Este es un comentario que escuchan muchos bisexuales, tanto hombres como mujeres. Nacho Moreno afirma no estar seguro de “ser gay, tampoco de ser hetero. Los heterosexuales y homosexuales se ponen un poco cansinos a veces con lo de la seguridad. Para mí la seguridad no es un valor, ¡al contrario! No entiendo cómo las personas tan seguras de su sexualidad pueden seguir adelante sin ese motor, esa emoción, ese misterio… Eso sí: yo ya he procurado que mi inseguridad no sea una excusa para hacer daño a las personas que quiero. ¿Puede decir eso todo el mundo?”.
“Lo primero que hay que desmontar”, afirma Nerea Pérez, “es la concepción de lo que es femenino y lo que no, que es una construcción artificial, aburrida y dañina. Creo que estamos en ese camino”.
“Me irrita escuchar eso continuamente”, afirma Cascales. El fenómeno pinkwashing, o sea, "lavado rosa", ha sido denunciado por muchos activistas. Denomina la estrategia de ciertas empresas, partidos y colectivos de mostrarse como aliados del colectivo LGTB para conseguir ciertos objetivos monetarios o para lavar su imagen ante aspectos menos amables de su funcionamiento. “Qué cómodo parece para muchos meternos en una jaula en la que somos ideales solo para cuando les interesamos", añade Cascales. "Consumo rápido, interesado y ocasional. Que no somos fast food, oiga”.
“Pues mira, no, no todos somos bisexuales”, rebate Nacho Moreno. “De hecho, hay tantos tipo de personas bisexuales que me cuesta imaginarlos. Puede que tu bisexualidad te defina o puede que sea solo uno de tus muchos atractivos. Puede que ese aspecto de tu personalidad esté fijo o puede que vivas muchas sexualidades, muchas vidas. Puede que seas un/a bisexual que encuentre la persona que encaja contigo o puede que no”.
“¡Sería un gay perdiendo el tiempo!”, advierte Valeria, “frente a unos pechos que no deberían excitarle y una barba inexistente. Hay gente que todavía no sabe distinguir bien condición de identidad, y ahí vienen estas dudas. Tu novio está contigo en el momento presente, no en el pasado, por lo que no tiene cabida. Tampoco la genitalidad debe condicionar quién eres, del mismo modo que una mujer con el pelo corto o a la que han amputado un pecho no es menos mujer. Esta pregunta me hace pensar que nunca he ligado con un gay, ¿por qué será?”.
Para Agustín Gómez Cáscales, “ese deseo de convertirlo en una revelación es sintomático del daño que ha hecho la Iglesia Católica. Dejemos de dar importancia trascendental a un hecho similar al de cuándo empezó a gustarte la horchata”.
“Entiendo perfectamente a esos padres, sobre todo a los de antes”, concede Valeria Vegas. “Lo que diferencia a la transexualidad frente a gais y lesbianas es la exclusión social y laboral, es un hecho. Afortunadamente cada vez menos, también porque el principal apoyo ha de venir del núcleo familiar. Cuando eso se rompe, se desmoronan más fácilmente muchas otras cosas. Presiento un futuro bastante apacible para las próximas generaciones, gracias en parte a todas esas personas que lucharon y fueron ellas mismas en un momento en el que no había tanta etiqueta y ni tan siquiera se planteaban tener un DNI acorde con su situación”.
“A mí esto me lo ha dicho mi propia familia”, confiesa Nerea. “Y ya les he explicado que ser lesbiana en una gran ciudad española en 2018 es la vida pirata. Todo el día rodeada de amigas, de exnovias, yendo a 450 fiestas de chicas al mes, a conciertos de grupos de lesbianas, a sesiones de DJs lesbianas, a exposiciones de artistas lesbianas... Yo vivo mi sexualidad con apertura y alegría, soy más visible que la muralla china. Y en parte lo entiendo como una responsabilidad para las chicas que se sienten menos libres”.
“Los monosexuales tienen una manera muy divertida de ver las cosas”, medita Nacho Moreno. “El género o los genitales de otra persona no son un objeto mágico que me tenga que colmar de felicidad. Cuando dicen estas cosas recuerdo que los y las bisexuales estamos muy fetichizados y muchas veces nos asocian a ser promiscuos o hipersexuales, a buscar constantemente sexo, sin estar nunca plenamente contentos. Esas cosas, en realidad, no pasan”.
“Eso de 'parecer una mujer’ es verdaderamente agotador, todo ese rímel, esos tacones, el contouring... ¡pregúntale a RuPaul!”, opina Nerea. “Espero que las cosas estén empezando a cambiar hasta el punto de que ir con ropa cómoda, el pelo corto y sin maquillaje no implique parecer un tío, sino simplemente parecer una persona con ropa cómoda, el pelo corto y sin maquillaje”.
“Es muy triste que las relaciones más allá de lo físico estén infravaloradas”, responde Agustín. “El hecho, como siempre, de considerar el afeminamiento como una cualidad que resta, y no que suma, implica que sigue habiendo gente, desgraciadamente, que aceptaría una dictadura feliz. A esos les invitaría a escuchar a artistas como Anohni, Prince o Arca”.
“Cómo le gusta a algunos una buena traición”, bromea Nacho Moreno. “El traidor a la opción sexual, la lesbiana que se echa novio o el gay que se empareja con una mujer. A mí, en el colmo del mal gusto, me han llegado a decir: 'Tu eres como un exfumador'. En fin, lo que les molesta, en realidad, es descubrir que las opciones sexuales no son compartimentos estancos sino algo continuo, gradual. Y eso, por algún motivo que no entiendo, da vértigo. Existe otro elemento que es muy desestabilizador de la norma: cuando todo el mundo te lee como gay hasta que empiezas a hablar de tus hijos”.
“Sé de muchas a las que se lo han dicho”, cuenta Valeria. “Personalmente me encanta cualquier ser humano que acabe saltándose la norma establecida y no entienda de medidas. Pero cuidado también a todas esas cabecitas que piensen que a cuanto más pecho, más mujer, porque la ecuación no es esa”.
Para Agustín, “el miedo que subyace bajo esa afirmación es preocupante. Porque igual si lo pregonamos de más acabamos dominando el mundo. Lo triste es que conozco gais que también lo usan como argumento… para seguir en el armario. Sobre todo porque creen que a nivel profesional les puede perjudicar mostrarse como son”.
“¡Por supuesto que sí hay que ir pregonándolo!”, señala Nerea. “A ser posible hay que llevar camisetas impresas y un megáfono porque visibilizar y normalizar la homosexualidad puede ayudar, por ejemplo, a chicas y chicos que sufren bullying o a sus padres que aún se están haciendo a la idea de que ser homosexual no es nada malo o extraño que hay que aceptar como si fuera una enfermedad crónica. Mientras sea una característica humana que se use como excusa para discriminar, agredir e incluso encarcelar a personas en otros lugares del mundo, pregonarlo tendrá un efecto positivo”.
“Todavía me enerva más el “todos los gais son guapos”, comenta Agustín. “Una vertiente u otra implica tanto desprecio hacia quienes no tienen una belleza propia de influencer con más de 50k en Instagram que duele. ¿Hasta cuándo seremos minoría quienes apreciamos bellezas no dignas de un post viralizado? Que se lo comenten a Soy una pringada, a ver qué dice”.
FUENTE: El País