Una de las peores épocas en España para los homosexuales, junto a la dictadura de Franco, fue la etapa de la Restauración Borbónica (1874-1931). Tras la caída de la I República, la Restauración Borbónica supone otra vuelta a los valores ultra católicos y monárquicos defendidos por Cánovas del Castillo y su camarilla (en la cual caben conservadores y progresistas, incluyendo también a Castelar), y la homosexualidad comienza a desarrollarse en un ambiente de opresión suburbana en Madrid y Barcelona, en clubs y fiestas privadas, sin tardar en coquetear algunos de sus miembros individualmente con la oposición a la monarquía de Alfonso XIII, y con posteridad a la de su dictador militar, el general Miguel Primo de Rivera.
En 1908, con el auge de la sexología, los manuales de la época, aun no siendo siempre contrarios a los derechos de gais y lesbianas, describen de esta manera a la mujer homosexual: “un temperamento activo, valiente, creador, bastante resuelto, no demasiado emocional; amante de la vida al aire libre, de la ciencia, la política o hasta de los negocios; buena organizadora y complacida con los puestos de responsabilidad.... Su cuerpo es perfectamente femenino, aunque su naturaleza interna es en gran medida masculina”. Seguramente hoy en día no logramos descubrir qué hay de lésbico o masculino en este retrato, ya que están definiendo a cualquier persona de hoy en día.
La mayoría de los hombres de ciencia de finales del siglo XIX y principio del XX, solían asociar la autoafirmación, la independencia y la actitud feminista con el lesbianismo. Todo esto sin llamarlas lesbianas, porque el término no se usaba todavía con asiduidad. Las lesbianas éramos“invertidas”. Pues bien, estas características bastaban para acusar de inversión a una mujer en 1890 y siguen formando parte hoy en día del imaginario colectivo a la hora de describir a una lesbiana.
Otra característica de este imaginario colectivo sobre la lesbiana es el considerar los juegos de roles, aquello de que una hace de mujer y otra de hombre, como parte ineludible de las relaciones lésbicas, algo claramente atribuible a la sexología, esa ciencia tan nueva en aquella época, quien diferencia entre dos tipos de mujeres homosexuales.
- Las “invertidas congénitas”, de orientación masculina.
- Las “pseudoinvertidas”, que podrían haber sido heterosexuales de no haber sucumbido a las artimañas de la verdadera invertida. Tenían el aspecto y el comportamiento de la mujer heterosexual afeminada de su época.
Ambos tipo de mujer se atraían mutuamente y, como por arte de magia, estas mujeres pasan a desempeñar en la cama los roles propios de su aspecto exterior. Las prácticas masculina/femenina, el deseo de penetrar y ser penetrada por otra mujer, es un hecho incuestionable y han generado dentro del movimiento lésbico feminista muchas discusiones, sin embargo no se pueden hacer extensivas a todas las lesbianas bajo argumentos tan peregrinos y ser elemento esencial del estereotipo lésbico de nuestros días. Es simplemente una característica sexual que algunas lesbianas tienen y otras no.
En el imaginario colectivo el amor entre mujeres, más que nunca a lo largo de la historia, empieza a asociarse con la enfermedad, la demencia y la tragedia. Cuando el lesbianismo se considera patológico muchas mujeres lesbianas se patologizan a sí mismas sufriendo una falta de identidad, entrando en conflicto con el propio ser femenino y asumiendo formas de relación y valores sexuales masculinos. En la literatura del siglo XX escrita por lesbianas o que narra historias con protagonistas lesbianas, es frecuente encontrarse con personajes torturados, infelices y que a menudo fantasean con el suicidio. Fiel reflejo de lo que hasta pasados “los felices años 20 “se vivía.
Era complicado vivir una vida abiertamente lesbiana en aquellos tiempos. Si bien en otros lugares como Reino Unido o Estados Unidos sí se conocían mujeres lesbianas, como los célebres matrimonios bostonianos que tanta literatura nos han dado, aquí en España no había referentes. Aquí la mujer estaba totalmente sometida al hombre y no podía vivir su vida libremente. Las mujeres célebres que sabemos que son lesbianas, tuvieron que exiliarse o vivir a escondidas su sexualidad. Fue con la Tercera República cuando por fin mujeres como Carmen Conde (primera académica de número), Victorina Durán (figurinista), Margarita Xirgu (actriz), Ana María Sagi (poetisa, sindicalista, periodista, feminista y atleta), Irene Polo (periodista), Lucía Sánchez Saornil (fundadora de Mujeres Libres), vivieron su vida y su sexualidad con relativa libertad, aunque siempre muy discretamente.
Las invertidas de los primeros años del siglo XX tenían que pasar por terapias de conversión si eran descubiertas. Ellas mismas se consideraban enfermas y pasaban por este calvario voluntariamente. Si todos, absolutamente todos, los científicos y médicos de la época dicen que eres una enferma y que, como enferma que eres, puedes curarte y llevar una vida normal, es lógico que aceptes seguir la terapia que sea con tal de poder llevar una vida normal y acorde a las normas sociales.
Con el nacimiento de los primeros sexólogos y el psicoanálisis de Freud, pensaron que tenían las herramientas necesarias para iniciar estas terapias de conversión de las que estamos hablando. Freud expresó serias dudas sobre el potencial de la conversión terapéutica, él no estaba de acuerdo. En una famosa carta a una madre que le pidió a Freud que tratase a su hijo, él contestó:
Preguntándome si puedo ayudar [a su hijo], quiere preguntar, supongo, si puedo eliminar la homosexualidad y hacer que la heterosexualidad pueda tomar su puesto. La respuesta es que generalmente no podemos prometer que lo consigamos. En un cierto número de casos tenemos éxito desarrollando los gérmenes de las tendencias heterosexuales que están presentes en todos los homosexuales, en la mayoría de los casos ya no es posible. Es una cuestión del tipo y de la edad del individuo. El resultado del tratamiento no puede ser predicho. [...] La homosexualidad seguro que no es una ventaja, pero no es nada de lo que haya que estar avergonzado, ningún vicio, ninguna degradación, no puede ser clasificada como una enfermedad.
Sigmund Freud
Freud no consideraba la homosexualidad como una “anomalía”, como sí lo hacía la psiquiatría de su época, sino que postulaba que todo individuo podía realizar esta "elección" debido a la universalidad de la bisexualidad psíquica por él postulada.
Hasta mediados del siglo XX, los intentos médicos de "curar" la homosexualidad han incluido tratamientos tanto químicos como quirúrgicos. Primero se aplicaba un tratamiento hormonal y después farmacológico, con estimulantes y depresivos sexuales. Si esto no funcionaba, se seguía con la hipnosis y el psicoanálisis, para terminar con una terapia de aversión combinada con electroshock.
Si todo esto seguía sin ser efectivo, que no lo era, se empezaba con el tratamiento quirúrgico: la histerectomía (extirpación de úteros), ooforectomía (extirpación de ovarios), la ablación del clítoris, la cirugía del nervio pudendo y la lobotomía. Con la lobotomía dejabas de ser lesbiana para siempre, la verdad es que ese era el único método que “funcionaba”. Para las que no lo sepáis, la lobotomía es un procedimiento quirúrgico que tiene como objetivo la destrucción de las conexiones nerviosas del lóbulo frontal. Tras esta intervención la individua queda en un estado casi vegetativo, sin voluntad ni criterio. Por suerte muchas mujeres y hombres aceptaban ser heterosexuales para no llegar a estos límites, siempre y cuando fueran mujeres y hombres que no se consideraban a sí mismos enfermos, como solía ser el caso.
Con todo este calvario tenía que enfrentarse una lesbiana de 1900. Frente a este modelo sexológico y con siglos de negación católica del lesbianismo, las lesbianas del siglo XX construyeron su identidad y se encontraron a gusto consigo mismas. No ha sido tarea fácil, y hoy en día sigue sin serlo para muchas, por eso es importante recoger el legado y las aportaciones que muchas mujeres que han amado a mujeres a lo largo de los dos últimos siglos nos han dejado, porque sin duda han allanado el terreno que hoy muchas de nosotras pisamos con derecho propio. Sin ellas, sin duda alguna, nuestro camino hubiera sido más difícil. La introducción de personajes LGTB en series de televisión y películas nos hace conocer su historia, y reconocer su valor nos permite darnos cuenta de que vivir una sexualidad diferente es posible y gratificante hoy en día, pero que no siempre fue así. Es doloroso ver que las historias de lesbianas en nuestras series de televisión no son bonitas historias de amor con final feliz, pero es la realidad y hay que asumirla, no había finales felices para nosotras.
Y recordad, en muchos lugares del mundo, siguen sin haber finales felices para lesbianas, gais y transexuales. Tenemos que seguir combatiendo.
FUENTE: Universo