Los motivos que utilizamos para explicar las relaciones entre personas heterosexuales del mismo sexo son muy diferentes si hablamos de hombres y mujeres. Y, por una vez, estas últimas salen ganando. Si dos mujeres se besan delante de un grupo de personas, habrá un gran número de explicaciones para su comportamiento: que si la sexualidad femenina es mucho más libre que la masculina, que son más receptivas a los estímulos que las rodean y menos a sus prejucios o que para ellas es más sencillo sentirse excitadas por otra mujer. Además, es probable que sus propias parejas las animen a hacerlo.
No ocurre lo mismo con los hombres heterosexuales: si en una fiesta un hombre besa a otro en la boca, o le magrea en el trasero –actos considerados normales dentro de la heterosexualidad femenina–, la explicación sólo puede ser una, y es que es un homosexual reprimido. Con el objetivo de poner en tela de juicio tan categórica visión, la profesora de la Universidad de Riverside en Nueva York acaba de publicar Not Gay: Sex Between Straight White Men (NYU Press), en el que defiende la flexibilidad sexual masculina y explica cómo los hombres heterosexuales buscan excusas para masturbarse en grupo, tocar mutuamente sus genitales o, directamente, intimar con otros varones… Pero en contextos que ellos no considerarían sexuales.
De los baños de las estaciones de autobuses a las bandas de moteros pasando por las fiestas de fraternidades –como los elephant walks, ritos de iniciación en los que los recién admitidos deben introducir sus dedos en el ano de sus compañeros– o los bro-jobs –dos colegas masturbándose mutuamente por pasar el rato–, Ward ha localizado un gran número de contextos donde hombres heterosexuales se las apañan para llevar a cabo actividades inequívocamenente sexuales. Al contrario de lo que la sexología y la sociología habían establecido hasta ahora, los varones no intiman con otros varones tan sólo en contextos de necesidad y ausencia de mujeres –como en una cárcel o en la marina–, sino que también lo hacen incluso cuando no hay ninguna escasez.
Ese es uno de los puntos claves de la argumentación de Ward: la necesidad. El discurso biológico clásico sobre el varón sugiere que este es rehén de sus impulsos sexuales –está programado para extender su semilla allá donde pueda–, sea homosexual o heterosexual, por lo que si un hombre fantasea o llega a alternar con otro hombre es porque en realidad es homosexual o bisexual (algo no tan marcado en el caso de las mujeres). Este determinismo sociobiologicista es muy pernicioso, en opinión de la autora, puesto que presenta al ser humano como un animal que no puede escapar a su programación. No tiene elección.
¿Por qué algunos hombres se acuestan con otros hombres, entonces? En muchas ocasiones, esta actividad con personas del mismo sexo es, paradójicamente, una exhibición de su heterosexualidad a prueba de bombas y una expresión de su homofobia. Como explica la autora en una entrevista publicada en NY Mag, es una oportunidad para decir “mira, soy tan hetero que puedo hacer lo que sea sin que ello tenga ninguna consecuencia en mi orientación sexual diaria, que es la de hetero”. O, como se suele decir, “si eres tan hetero, no te importará que otro tío te la chupe”.
En algunas páginas, varones heterosexuales buscan a otros como ellos para ver porno juntos, pero especifican que no quieren conocer a gais
Otra de las claves es que en la mayor parte de contextos en los que estas relaciones se llevan a cabo, sus protagonistas no consideran que tengan un cariz sexual semejante al que puede tener el encuentro heterosexual con una mujer, con las que, sea una relación romántica o casual, hay un cierto grado de intimidad emocional y física. Más bien se producen como una broma –“¿a que no te atreves a…?”– o como parte de una situación festiva. Es el caso, por ejemplo, de las humillaciones y fiestas sexuales en las fraternidades, en las que el ritual ayuda a olvidar que hombres heterosexuales están tocando los genitales de otros hombres heterosexuales.
Buen ejemplo de ello son los anuncios en páginas de contactos u otras como Craiglist donde hombres buscan a otros hombres para ver porno juntos (y quizá masturbarse mientras lo hacen) o para hablar de mujeres. Se trata de una relación tímidamente sexual que parte de la premisa de que las dos personas son heterosexuales, ya que en muchos anuncios estos aclaran que no quieren quedar con “ningún maricón”. Simplemente, quieren un colega con el que hacer lo mismo que harían con cualquier otro hombre, y un poco más: es una relación heteroerótica, no homoerótica. ¿Recuerdan Torrente?
Si algunos hombres se sienten confusos ante esto, es porque, como explica Wade, la cultura aún no ha sido capaz de darle ningún nombre a lo que experimentan. Por lo general, como explica en NY Mag, los hombres se justifican aduciendo que no había ninguna mujer a su alcance. En realidad, no tienen a su disposición ninguna razón que encaje con su percepción de sí mismos, es decir, que explique por qué han disfrutado con ello sin poner su heterosexualidad en duda. “No hay ningún lenguaje que circule cotidianamente que ayude a los heterosexuales a explicar sus encuentros sexuales con otros hombres, mientras que las mujeres tienen un gran número de narrativas socialmente aceptadas a las que pueden aferrarse”.
Ninguno de estos heterosexuales que hacen el amor con otros heterosexuales están interesados por la cultura gay o 'queer'
Muchos hombres han tenido esta clase de encuentros, pero ello no quiere decir que sean homosexuales reprimidos, aclara Ward en una entrevista con Queerty. El resto de su vida es completamente heterosexual, suelen casarse con mujeres y tener hijos sin pensar que en ningún momento han traicionado su origen biológico ni dudado acerca de su sexualidad. Para la mayoría, probablemente, ni siquiera lo consideren un acto sexual. No más que vomitar encima de un compañero una noche de borrachera.
La última y gran diferencia es que ninguno de estos heterosexuales que hacen el amor con otros heterosexuales están interesados por la cultura gay o queer que pudiese alojar sus inclinaciones y que se caracteriza por otra clase de prácticas antinormativas. Estos varones se comportan en todas las facetas de su vida como heterosexuales, salvo que de vez en cuando, se permiten hacer una excepción. Ello no quiere decir que se sientan tan identificados con ninguna de las reivindicaciones homosexuales como para considerarse uno de ellos, ni siquiera que sean bisexuales. Como explica la autora en Queerty, “están totalmente dedicados a la heteronormatividad, están a gusto con ser heterosexuales, quieren que les considere como tales y se puede decir con seguridad que son heteros”.
FUENTE: el confidencial